Como siempre, apareces corriendo. Tu tiempo acelerado se encuentra con el mío, lento.
Dos cañas, por favor.
Hablas. Con una fuerza radiante que te sale de los ojos, de la boca, de las manos, hablas sin parar y me cuentas mil historias. Burbujeas carcajadas. No, lo siento, ya no se puede fumar dentro de los bares. Hablas: trabajo, familia y monte. Monte. Mucho monte. Monte, familia y trabajo. Empiezas a contarme con la pasión de siempre cómo fue aquella mañana. Quedaste con Alfon. Muy temprano. Coche. Había nieve. Cambiasteis de planes sobre la marcha. Frío. Llegasteis más tarde de lo esperado. Salisteis a todo correr. La nieve estaba helada. Os sacasteis una foto. No. No. No sigas. Esta historia no es como todas las historias de monte que me has contado. No sigas. De pronto abres mucho los ojos. Un nudo me aprieta el estómago. No, no sigas, que esta vez los dos sabemos cómo acaba esa historia. No sigas o te desvanecerás como el humo del cigarro apagado que sotienes en la mano. No sigas. Cállate. O dejaré de verte.
Te callas.
Así que aprovecho para contarte yo, que hace mucho que no hablamos. Que volví de los Andes. Que pasé el invierno en la furgoneta. Que fue duro pero mágico, que fui feliz. Que trabajé en Goriz todo el verano. Hice buenos amigos, fui de las montañas. Que escribí otro libro que se acaba de publicar. Que sí, que no te preocupes, que con el anterior no fue nada mal, ¡no me seas mamá! Que la portada es una foto de aquel lugar en el que... y no sigo. Que estoy nerviosa porque ahora viene la parte fea de haber escrito un libro. Que me acuerdo de ti. Que estás aquí. Siempre aquí, riéndote dentro de mí.
Que estás aquí. Estás aquí. Estás aquí.
eider