


El viernes por la noche nos reunimos en casa de Titi Anabel, David, Sara, Natxo, el pelos y yo, con la idea de subir al día siguiente el Pèneblanque. Sin embargo el sábado amaneció con mucha niebla y cambiamos los planes y fuimos aver un poco de la Quebrantahuesos (carrera de 200 kms en bici que parte y llega a Sabiñánigo) y pasamos el resto del día tranquilamente por Lescún. Mientras, Guiller, en Sanchese, podaba y arreglaba los arbolitos.
El domingo amaneció el día que esperábamos: soleado y claro, así que temprano comenzamos a subir. Titi se quedó en la cabaña y luego se fue él solo hasta el monolito. Nosotros cogimos un camino que en un momento dado se convirtió en camino de cabras con un montón de piedra mediocre que se deslizaba continuamente hacia abajo, y nosotros detrás, claro. Pero al cabo de 4 h de haber salido llegamos a la cima.
Las vistas desde arriba, con ese día tan límpido que nos había salido, eran impresionantes. Yo me sentí muy bien subiendo esta montaña. Tenía ganas de subir la montaña que ellos habían elegido. Un día oí hablar a un escritor que superó un cáncer pero que muchos de sus amigos ingresados con él no habían tenido la misma suerte, y dijo algo que me gustó: que desde entonces él tiene que vivir con más intensidad la vida, por él y por lo que no han podido vivir sus amigos. Me sentí encierta forma así, viviendo un poquito por Armando y Alfonso.
La bajada fue más sencilla porque elegimos el camino marcado, que rodeaba todo el circo y que pasaba por debajo de la Mesa de los Tres Reyes, montaña también preciosa. Recogimos a Titi por el camino y vuelta a Sanchese.
El Péneblanque (2.385 m) va a estar siempre ahí, para que lo subamos tantas veces como queramos. Muchos de vosotros no habéis podido ahora, pero volveremos...
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