Cuando éramos pequeños (tendría yo 12 años y los gemelos 10), se me ocurrió la majadera idea de mantener a Guiller y Alfón a raya, dándoles, antes de acostarse, la “hostia diaria”.
La realidad es que, lo de la “hostia diaria”, a penas duró una semana y no llegaba a hostia; era tan sólo un katxete, que, supongo, utilizaba para reafirmar mi superioridad preadolescente.
Como os decía, la práctica terminó rápido, porque Alfonso se reveló ante semejante injusticia. Fue a los pocos días, cuando al ir a suministrarle el pescozón, me agarró de la muñeca, y, sin dejar de mirarme a los ojos, tranquilo, con la firmeza de quien se siente con la razón, sólo dijo ¡NO! Durante unos largos segundos nos quedamos quietos, entonces, bajé la mano y volví en silencio a mi cama: fue el fin de “la hostia diaria”.
Desde muy pequeño Alfón tuvo la virtud de hacerme comprender de manera sencilla y clara lo que estaba bien y en momentos cruciales de mi vida siempre ha sabido, con pocas palabras, darme luz.
Gracias hermano.
Natxo, me ha encantado la anécdota!!! :-D
ResponderEliminaryo ya me la sabía, el aita se partía de risa con eso...
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